El
Ministerio de Economía francés investiga desde hace dos semanas los
expositores de los supermercados galos las cuchillas de
afeitar rosas son más caras que las azules. Aunque parezaca
extraño, París quiere verificar si existe
discriminación de género en las políticas de
precios y si esta práctica está generalizada. La mecha ha sido
encendida por el colectivo feminista Georgette Sand el cual ha
denunciado que en las grandes superficies del país el mismo producto
en su versión femenina es bastante más caro que el dirigido a
ellos.
La asociación ha
comparado posibles ejemplos y ha constatado que "en los
artículos de uso cotidiano las mujeres pagan más de manera
sistemática". El ejemplo más significativo es el de
la cadena Monoprix, en cuyos expositores un paquete de cinco
maquinillas de afeitar rosas cuesta 1,80 euros mientras que el mismo
pack, en tono azul y con cinco cuchillas más, tiene un coste de 1,72
euros para ellos.
A parte de todo lo
anterior podemos encontrar más ejemplos como los desodorantes o los
cepillos de dientes, donde el precio es superior sólo por el tono
del mango. En el caso de las cremas la diferencia de precio podría
justificarse en el hecho de que los componentes son distintos, pero
en el caso de las cuchillas las francesas no se explican el porqué
del incremento. Lo único que han podido alegar es que son
más baratas para los hombres puesto que ellos las consumen en mayor
medida.
La maquinilla se ha
convertido ya en el icono de un movimiento ciudadano contra el
escándalo de la tasa rosa. En Change hay una petición con más de
20.000 firmas para que la citada cadena acabe con este "impuesto
femenino", la responsable de Igualdad se ha reunido con miembros
del colectivo y el ministro de Economía y el secretario de Estado de
Comercio investigan el fenómeno.
Opinión personal:
Las empresas, en la mayoría de los casos, se aprovechan de nosotros, aunque también somos nosotros quienes de una manera indirecta contribuimos a ellos. Somos nosotros quienes llegamos a punto de obsesión con la imagen personal (que en su cierta medida no es perjudicial) y somos nosotros quienes compramos estos productos permitiendo así aumentar los ingresos de las grandes y no tan grandes empresas. Para ver que no solo ocurre con las grandes empresas solo nos hace falta salir a la calle, ir a una peluquería por ejemplo, preguntar el precio de los servicios para hombres y para mujeres y observar que estos son diferentes (elevados para las mujeres) y no por el trabajo que le suponga al empleado, sino por el sexo del cliente.
Concluyendo, pienso que estas diferencias que nos discriminan de forma no muy bien justificada pertenecen a otra época. Vivimos en una sociedad en igualdad y con este tipo de ejemplos no lo demostramos .
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